– ¡Miss, él me empujó!– se quejó un pequeño, delgado y alto para su edad.
– Sí, pero él me dijo 'cara'– respondió el otro con una seriedad que lo hacía ver mayor. Bueno, al menos 'cara' fue lo que oí, le doy el beneficio de la duda.
Mandé a ambos que se disculparan, lo cual hicieron lo más rápido posible, apurando el mal trago. Luego el niño serio le dice al otro:
– ¿Querés seguir jugando?
Que tal, visitante, ¡Feliz día del niño! Quiero celebrar esta ocasión contigo con esta historia, pues me recuerda la maravillosa lección que nos deja. Escenas como la anterior me toca vivirlas todas las semanas con los pequeños a los que les doy clases. Sus peleas pueden comenzar por cualquier cosa_ igual que las nuestras_ pero acaban enseguida.
A través de hablar con los chicos llegué a entender que no es ridículo ni tonto sentirse mal por una ofensa o porque 'no quiere ser mi amigo'; es decir, ¿quién se atreve a burlarse de los sentimientos de un niño? pero yo a veces me burlaba de los míos, diciéndome que mis preocupaciones eran poco importantes. Ahora entiendo que también soy humana, y niña también.
Creo que si tomáramos más en serio nuestros propios sentimientos 'poco importantes' resolveríamos más rápido las cosas importantes. No se puede perdonar totalmente hasta que se reconoce que la ofensa sí ha llegado muy profundo. Ésa es la lección que podemos aprender de los niños hoy: la honestidad y el perdón.