lunes, marzo 08, 2010

El perro se comió mi tarea

Ah, las excusas.

Esta es una tarea que hicimos con Ale. Gracias mano, esta entrada es más tuya que mía porque toda la paja te la echaste tú, mi aporte fue casi solo de redacción. Yo sería incapaz de mentir de ese modo... ¿de qué te ríes?



El día se veía normal, era una hora prudente, no era viernes ni fin de mes y no había ninguna señal de manifestaciones. Entonces_ se preguntará usted licenciado_ ¿cómo es que está leyendo usted esta justificación de mi llegada ligeramente tarde?

A las cinco y cuarto ya tenía todo listo. En la mochila de uno de mis hermanos llevaba el cuaderno, la tarea, lapiceros y el cigarro que iba a fumarme después de la clase. No durante, claro. Salí un poco rápido para evitar que me viera Rustrián (no tenía permiso para llevarme su bolsón), pasé por su cuarto sin hacer ruido, bajé la escalera y llegué a la puerta, sólo para encontrármelo ahí parado con su novia; su novia, la que le había regalado la mochila que ahora se había convertido en mi ruina.

_ ¿Así te gusta que te regale cosas?_ le espetó a mi hermano, y luego me miró de arriba a abajo. La arpía.

Entonces Rustrián agarró de un solo la bolsa, abrió el zipper y dejó caerlo todo en el jardín. Yo me agaché a recogerlo, aguantándome las ganas de decirle tres cosas. Su novia agarró el cuaderno y empezó a verlo descaradamente. Se detuvo en los bocetos de la clase de dibujo y comentó:

_ Si esto es lo que vas a hacer a la U, ¿no deberías buscarte algo más barato en dónde llevarlo?
_ ¡No me volvas a hablar así!_ amenacé.
_ ¡A ti, yo te hablo como quiero!

Fue demasiado. me arrojé encima de ella y al momento salieron mis otros dos hermanos. Para variar, ninguno tomó mi lado sino que ayudaron a Rustrián, porque es el mayor y todos le tienen algo de miedo. Estaba tan enojada que empecé a arañarlos a todos para zafarme, además de que me estaban retrasando para llegar a la clase. Me arrastraron a la casa y de un empujón me metieron a mi cuarto. Luego atrancaron la puerta.

A pesar de mis exigencias _ no voy a mentirle, no supliqué ni pedí disculpas, no tenía por qué_ nadie llegó a abrirme la puerta, así que me las ingenié para salir por la ventana. Gracias a Dios, mi cuarto está en el primer piso. Salí corriendo por el jardín y entré en silencio para tomar las llaves del carro. Julio, mi tercer hermano, me vio justo cuando alcanzaba el llavero.

_ ¡Rustrián, se salió Alejandra!

Rápido agarré las llaves y salí como pude, ya sin mochila ni nada. Cuando estaba en el garage me di cuenta que las llaves que llevaba eran las del carro de mi mamá, pero no podía regresar por las mías. Me metí a la minivan y arranqué justo a tiempo.

A medio camino ya me había tranquilizado, aunque sabía que iba sin la tarea, al menos iba. ¡Cuál no sería mi susto al ver que, en el semáforo de la 12 calle, un tipo que iba dos carros atrás en el carril derecho le apunta un arma al que iba junto a mí en el izquierdo! Estaba en un fuego cruzado.

Vi el semáforo: rojo. No podía darme el lujo de quedarme, pero chocar no era buena alternativa tampoco. Entonces sonó un disparo. Sin pensarlo aceleré, y por fortuna nadie pasó en la intersección. A los pocos segundos supe que algo iba mal. El carro empezó a ladearse a la izquierda, y sólo tuve el tiempo justo para orillarme. Cuando bajé del carro entendí la razón: mi llanta había estallado, seguramente fue el disparo que escuché. No pude menos que agradecer que el asaltante no había apuntado más alto.

Saqué el teléfono para llamar al seguro, y de inmediato me retracté del agradecimiento de hace unos segundos: en la mochila de Rustrián iba mi celular. Resignada, saqué la caja de herramientas para intentar cambiar la llanta, aunque nunca lo había hecho con una minivan. Obviamente mi mamá tampoco, porque la llave de chuchos no correspondía con los aros de su Hyundai. Para ese momento concluí que alguien debía haberme echado una maldición.

_ ¿Pasa algo?_ me prguntó un joven. Iba vestido con un traje parecido al de los empleados del banco que ahora mismo atravesaban la calle, así que me inspiró confianza.
_ Se me estalló una llanta, no tengo cómo llamar al seguro y la llave de chuchos no coincide. Suerte la mía, ¿no?
El joven soltó una risa agradable y me ofreció su celular.
_ Si no te importa llamar del mío...
Sonriendo, tomé el aparato y marqué al tiempo que agradecía. Esperé que contestaran. Cuarenta segundos y sólo el mensaje del PBX.
_ ¿Puedo llamar otra vez?_ pregunté apenada. Él asintió sonriendo.
Después de tres intentos fallidos, al fin me dieron línea. Me dieron un tiempo de veinte minutos, y mi salvador desconocido se marchó después que le aseguré que no era necesario que esperara.

Con todo lo malo que me pasó ese día, la aseguradora no podía ser la excepción. Primero se tardaron cuarenta minutos_ no veinte_ en llegar, y aparte ellos tampoco llevaban la llave correcta. Recordé que no les había dicho que no llevaba mi carro. Afortunadamente fueron muy amables y me dijeron que irían a una estación cercana por otra llave. Fue una espera de media hora, porque para ese entonces ya había mucho tráfico, en parte causado porque estaba yo allí bloqueando uno de los carriles. Al fin llegaron y me repusieron la llanta.

Cansada como estaba, decidí llegar por lo menos al final de su clase y tomé la sexta calle. Y sí, al parecer Murphy decidió ser mi copiloto hoy. ¿Vio la abolladura del bumper? Tiene un nombre y un número de placa, fue el tipo que se pasó el semáforo en rojo y me dio justo en la puerta trasera. Lo que se siembra se cosecha, dicen por ahí.

Naturalmente, nos tomó media hora arreglar todo (habría sido más pero los de mi seguro andaban cerca) y para cuando vine, el parqueo estaba llenísimo, sin mencionar que eran las siete y veinticinco. Cuando se desocupó un lugar, me di cuenta que el carro que se estaba yendo era el suyo, y ahí fue cuando me dijo que necesitaba esta excusa por escrito, ya que tenía un compromiso que atender.

Mis sinceras disculpas por no llegar a su clase.
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