Todos conocemos ese tipo de peleas que se dan cuando somos niños: la niña de primero primaria que le dice a su amiga: ‘Si te juntas con Rosa, ya no te hablo’.
Hace poco estaba releyendo la entrada de Mutuamente excluyentes, y me quedé pensando cómo a veces nos empeñamos en separar cosas de forma irreconciliable. Esta vez decidí ampliar el tema de lo correcto y lo agradable. Curiosamente, este comportamiento se repite entre los mayores en distintas áreas, muchas veces con la mejor intención. Y nuestra relación con Dios no se escapa. A veces confundimos el hacer algo que disfrutamos con estar perdiendo el tiempo, así que nos prohibimos hacer lo que queremos y eso nos hace sentir mejores personas. Es como llevar un ayuno permanente.
El problema con eso es que un ayuno, cualquiera que sea, no puede llevarse por demasiado tiempo. Y a menudo terminamos batallando con cosas que deseamos, que realmente no son malas, pero que no nos hace lucir tan bien delante de otros. Cosas como pasar un día con la familia, salir de viaje o escuchar música rock. Y pensamos que Dios será como la niña que le prohíbe a su amiga juntarse con Rosa. Pero sin importar cómo se comporte nuestra querida Rosa, mientras nuestra integridad no esté en peligro, Dios jamás será de este modo. Pues el que no es contra Él, con Él está.
Tengo que admitir que por mucho tiempo fui la enemiga de Rosa, y quería apartar a los míos de ella lo más posible. Es decir, yo me privaba de muchas cosas y esperaba que los demás también lo hicieran. Y ahora me topo con lo mismo que Jesús le dijo a Marta: “Estás afanada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria”
Entiendo que la iglesia nos inste a cada momento a trabajar duro, a servir; de otro modo, mucha gente tomaría eso como excusa y jamás trabajaría. Pero mientras que la iglesia sólo puede juzgar acciones _es humana, después de todo_, Dios juzga el corazón. Y a veces, no siempre, el dedicar tiempo a no predicar y brindar compañía puede ser mejor testimonio que una palabra, por buena que sea. Claro está, no podemos saber quién lo hace de corazón y quién lo toma como pretexto. Es por eso que una enseñanza de este tipo es siempre tan controversial.
Para terminar _y quizá dar lugar a un futuro tema_ diré que cuando hacemos algo que parece poco espiritual por una buena razón, también ayuda a matar nuestro orgullo eclesiástico, o como le llamamos los que queremos suavizarlo, nuestro legalismo.
imagen de daily mail
Hace poco estaba releyendo la entrada de Mutuamente excluyentes, y me quedé pensando cómo a veces nos empeñamos en separar cosas de forma irreconciliable. Esta vez decidí ampliar el tema de lo correcto y lo agradable. Curiosamente, este comportamiento se repite entre los mayores en distintas áreas, muchas veces con la mejor intención. Y nuestra relación con Dios no se escapa. A veces confundimos el hacer algo que disfrutamos con estar perdiendo el tiempo, así que nos prohibimos hacer lo que queremos y eso nos hace sentir mejores personas. Es como llevar un ayuno permanente.
El problema con eso es que un ayuno, cualquiera que sea, no puede llevarse por demasiado tiempo. Y a menudo terminamos batallando con cosas que deseamos, que realmente no son malas, pero que no nos hace lucir tan bien delante de otros. Cosas como pasar un día con la familia, salir de viaje o escuchar música rock. Y pensamos que Dios será como la niña que le prohíbe a su amiga juntarse con Rosa. Pero sin importar cómo se comporte nuestra querida Rosa, mientras nuestra integridad no esté en peligro, Dios jamás será de este modo. Pues el que no es contra Él, con Él está.
Tengo que admitir que por mucho tiempo fui la enemiga de Rosa, y quería apartar a los míos de ella lo más posible. Es decir, yo me privaba de muchas cosas y esperaba que los demás también lo hicieran. Y ahora me topo con lo mismo que Jesús le dijo a Marta: “Estás afanada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria”
Entiendo que la iglesia nos inste a cada momento a trabajar duro, a servir; de otro modo, mucha gente tomaría eso como excusa y jamás trabajaría. Pero mientras que la iglesia sólo puede juzgar acciones _es humana, después de todo_, Dios juzga el corazón. Y a veces, no siempre, el dedicar tiempo a no predicar y brindar compañía puede ser mejor testimonio que una palabra, por buena que sea. Claro está, no podemos saber quién lo hace de corazón y quién lo toma como pretexto. Es por eso que una enseñanza de este tipo es siempre tan controversial.
Para terminar _y quizá dar lugar a un futuro tema_ diré que cuando hacemos algo que parece poco espiritual por una buena razón, también ayuda a matar nuestro orgullo eclesiástico, o como le llamamos los que queremos suavizarlo, nuestro legalismo.
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